Tengo esa imagen grabada en mi mente. Esa, la de un padre marchando por su hija, lanzando brillantina rosa.
10 años de ausencia, 10 años de búsqueda, 10 años de preguntas sin respuestas.
Miré la imagen y pensé en mi padre. Pensé que podría ser él, con mi rostro en su pecho, lanzando brillantina rosa, exigiendo respuestas.
Pensé en mi madre y en mi padre, en cómo, en efecto, podrían ser ellos.
Sentí cómo el secreto que guardaba en mi pecho me quemaba. Irrumpía en mi paz inventada, proclamando mi cuerpo para su intenso sentir.
Y me derrumbé.
Ese 18 de agosto, lloré como nunca lo había hecho. Lloré presa de ese secreto que me corta el aliento. Y me di cuenta que era hora de contar esa parte de mi historia a las dos personas que menos quería que la supieran. Quería evitarles el dolor, la culpa, la tristeza… quería protegerlos de la forma en que no pude protegerme.
Y escribí.
Escribí una carta que compartí en silencio, compartí desde el anonimato, pues no estaba lista para ser yo la que denunciara el abuso, el dolor, la injusticia, la violencia.
Han pasado tres meses de ese día y hoy tampoco estoy lista. No estoy lista para las preguntas, para la vulnerabilidad, para la denuncia. Pero sí estoy lista para continuar rebelándome ante el dolor. Para plantarle frente y decirle: no más, mi vida me pertenece y este dolor también. Y, con ello, que mi dolor, en vez de estar a merced de los efectos del abuso, esté al servicio de otras personas. No para asumirme víctima ni heroína, sino para ser voz, voz que comparta, que alerte, que escuche… voz que evite una historia más.
Ojalá mi historia no sea eco, ojalá mi dolor no sea campana, porque entre más resuene, significa que este México masculino todavía tiene mucho que cambiar.

Mamá: Hoy quiero contarte que quiero ser feminista. https://csoledadt.com/2019/11/24/18-de-agosto/