Mi carga no ha perdido peso, sino que se han sumado manos para sostenerla. No se trata de salvarnos mutuamente porque la realidad es que cada una se salva a sí misma al tejer comunidad. Caminamos juntas. Nos sostenemos

Mi carga no ha perdido peso, sino que se han sumado manos para sostenerla. No se trata de salvarnos mutuamente porque la realidad es que cada una se salva a sí misma al tejer comunidad. Caminamos juntas. Nos sostenemos
Me desgarraba el alma, mi mente repetía infinitamente el momento, recordaba todo, recordaba el miedo, mi cuerpo inquieto, deseoso de salir corriendo, de no estar ahí, de que fuera un sueño.
Huir a veces es darle la espalda al mundo, aunque también, en el camino, puede ser darnos la espalda. Para mí, huir significa dejar de escribir. Cuando comencé a contarla, pensé que se trataba acerca de mi proceso para sanar el haber estado en una relación abusiva. Hoy sé que no es así. En realidad, Agridulce es acerca de mi camino para aprender a ser vulnerable. Es un caminar diario, en el que cada paso cuenta.
Esta lista enumera algunas formas que he aprendido que sirven para identificar el abuso. De ninguna manera son una receta o las únicas maneras de identificarlo. Son un punto de partida. Son, de hecho, el mío. 25 formas para sembrar semillas...
En más de una ocasión me he sentido rota. Rota. Qué palabra tan pesada, que nos hace sentir tan pequeñas. ¿Qué significa estar rota? ¿Podría entonces hablar de estar completa? Hoy sé que no. No estoy rota y no podría estarlo.
Resiste. Ríndete. Resiste. Ríndete. Es el vaivén de mi mente, de mi cuerpo. Resistir ya es vivir.
Hay días en los que el cuerpo se derrumba, bajo el caudal del río; bajo la agitación del mar; bajo el desequilibrio de la tempestad; bajo el grito de la tormenta... el cuerpo cae, el cuerpo tiembla, el cuerpo llora, en un agridulce encuentro de emociones.
Enciendo una vela. Me parece curioso pensar que llevo años guardando estas velas y que, aun así, todas permanecen intactas. Nunca las había encendido. Pero repentinamente eso cambia. Apago las luces. Frente a mí tengo tres velas encendidas, por ahora. Siento el fuego creciendo en mi pecho. Ese fuego que he decidido asociar con mis amigas. Mis amigas son una hoguera.
No querer sentir es negarse a vivir, los vestigios del mundo, en el cuerpo, cerrar los ojos ante el caos interno, como si con ello amainara el tormento.
Ese día desperté confundida. Había soñado contigo –cuando nunca lo hacía–. Soñé que nos topábamos por accidente y que yo temblaba, tal y como ocurría, horas después, al estar frente a ti. Pensé que había sido una pesadilla, en realidad fue un presagio. Tenía miedo. Miedo de mí, no de ti, miedo de no ser capaz de poner distancia entre tú y yo.